Apostemos por la excelencia

 «El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.» Víctor Hugo.

 

En los años que llevo de profesión en el área de Recursos Humanos, en multitud de ocasiones me he encontrado con personas que hablan de la exigencia (tanto con ellos como con otros) como una de sus cualidades o puntos fuertes. Sin ir más lejos, en muchos de los procesos de selección que he llevado, a la pregunta de ¿qué aspectos tuyos destacarías? Una de las respuestas más frecuentes con las que me he encontrado es “soy muy exigente conmigo mismo y con mi equipo”. “Uau” suena bien y ¿qué hay detrás de esa declaración?

 

Lo que buscamos las personas exigentes es hacer las cosas perfectas y estamos más orientadas a obtener resultados. Parece que nunca es suficiente y en lugar de ver qué es lo que hemos conseguido estamos más pendientes de ver qué es lo que nos ha faltado y dónde hemos fallado. No es de extrañar que esto nos acabe generando frustración e insatisfacción. Y las preguntas que yo me hago son y os dejo para vuestra reflexión son: ¿Perfecto para quién? ¿Quién marca lo que es perfecto? ¿Lo que es perfecto para ti lo es para otro? Fijaros hasta qué punto, nosotros mismos y nuestras creencias somos capaces de limitarnos.

 

Laver ConsultoresAdemás en la exigencia, se produce una clara identificación entre el hacer y el ser, es decir, entre lo que hago y lo que soy. Voy a daros un ejemplo: Imaginaros un padre que va a ver como su hijo juega un partido de tenis de competición. Un partido muy reñido en el que el resultado final es 6-4, 4-6 y 7-6. Su hijo pierde, y al acabar el partido, en vez de reforzarle y motivarle lo primero que le dice es “has fallado cinco bolas que no podías fallar, eres un desastre”.  Lo que hace es poner foco en el resultado e identificar el hacer con el ser, es decir, cómo ha jugado y lo que ha hecho durante el partido con como es. Estoy convencida que os vendrán a la mente muchas situaciones que hayáis vivido en vuestro día a día (tanto personal como profesional). Y con declaraciones de este tipo (lo que le dice el padre a su hijo), lo que nos acaba sucediendo a muchos es que cuando cometemos un error lo vivimos como un fracaso personal que afecta a nuestra identidad. Y ¿cuál es la estrategia que utilizamos para que no nos pase esto? Evitamos el error (al que le damos un valor negativo) y tendemos a arriesgar poco, evitamos probar cosas nuevas, en definitiva damos prioridad a quedarnos en nuestra zona de confort (lo que controlamos, lo que conocemos y donde nos manejamos bien).

 

En cambio, en la excelencia, lo que buscamos es hacer las cosas lo mejor posible. Es más importante el camino que el resultado a conseguir. En este caso, el error se vive de una manera más liviana y con más naturalidad. De alguna manera, le estamos dando un espacio al error y en lugar de vivirse como un fracaso se vive como una oportunidad. Con esta visión, abrimos la posibilidad a probar cosas nuevas, a crear desde otro lugar, a arriesgarnos y en definitiva a salir de nuestra zona de confort.

 

Yo apuesto por la excelencia, ¿y vosotros? Os invito a que tratéis de centraros en el camino y no tanto en la meta a conseguir (resultado), a que estéis receptivos y abiertos al aprendizaje (no solo aprenden los niños) y os deis permiso a equivocaros y si algo sale mal, penséis que es una parte de vuestro hacer (no lo extendáis a vuestro ser) que podéis mejorar.

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