Escuchar parece algo sencillo. Seguramente muchos diremos, “a mí se me da muy bien escuchar”. Mi duda es si lo hacemos realmente. ¿Escuchamos al otro activamente y con autenticidad o lo que hacemos es escucharnos a nosotros mismos? ¿Nos sentimos escuchados por el otro?
Cuando escuchamos, lo primero que hacemos es oír (es algo físico) y después interpretamos. Y aunque las palabras sean las mismas, la interpretación es de cada uno. ¿Cómo interpretamos? Lo hacemos en base a nuestras experiencias, emociones, valores y creencias. Y esto provoca que muchas veces cuando hablamos, el otro entienda una cosa distinta. Se produce una brecha entre lo que he dicho y lo que ha entendido el otro. El que lanza el mensaje es responsable de hacerlo bien y también hay una responsabilidad importante del que escucha.
Por lo tanto, os animo a que chequeéis y verifiquéis. Si lanzas el mensaje anímate a chequear que el otro te está entendiendo (por ejemplo, “¿qué has entendido de lo que te he dicho?”) y si estás escuchando a verificar lo que a ti te está llegando y lo que estás entendiendo (por ejemplo, “dame un minuto para verificar contigo si estoy escuchando bien lo que me plantea”). Dejar de dar por hecho que el otro os está entendiendo y posiblemente os evitéis que haya malos entendidos.
Además, el proceso de la escucha requiere estar callado (lo que llamamos silencio exterior). Y también es necesario que haya un silencio interior que nos permita poner el foco y nuestra atención en el otro. Para conseguir este silencio interior, tenemos que dejar aparcados nuestros pensamientos (lo que opino de lo que me está diciendo, qué explicación y argumentos le voy a dar cuando el otro deje de hablar, aquello que me pasó a mí en relación a lo que me está contando).
¿De qué otra manera podéis mejorar vuestra escucha?
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Trabajar vuestra mirada. Cuando alguien os hable, mirarle a los ojos y mostraros atentos e interesados.
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Potenciar vuestra apertura, aceptar que no tenéis la verdad absoluta y permitir al otro que dé su punto de vista sin juzgarle.
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Cuando indaguéis (preguntéis) hacerlo para comprender y no para cuestionar al otro. Animaros a hacerlo mucho más de lo que lo hacéis.
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Practicar vuestra atención y tener en cuenta cómo lo dice,con qué tono,desde qué emoción, bajo qué presupuesto y para qué lo dice.
Si os aseguráis de que las personas con las que habláis se sienten escuchadas, comprendidas, aceptadas y no juzgadas, posiblemente mejoréis vuestras habilidades de comunicación.